El presente blog está dedicado a la figura de Gaius Iulius Caesar, el romano más grande de todos los tiempos, así como al concurso sobre su figura que se realiza anualmente en el Colegio Sagrada Familia PJO de Valencia entre mis alumnos de ESO. También me sirve como medio de expresión y comunicación con mis alumnos y mis compañeros de Historia, de Clásicas, de Ludi Saguntini,de Prosopon, de Chiron y de cualquier curioso que se quiera acercar. Mi nombre es Txema Gil. Sed bienvenidos.

miércoles, noviembre 29, 2006

En marcha el concurso


En la página web www.culturaclasica.net ya están las bases del concurso y la propuesta para este año. espero que sean mucho los institutos que se unan a esta iniciativa y podamos hacer un gran concurso. La final de mi colegio es posible que la hagamos en Sagunto, aprovechando que tenemos que ir el viernes día 27 de abril a ver una obra al teatro romano. Si hay medios y la organización me lo permite, sería un buen marco para hacer la final del IV Concurso El Gran Julio César y un buen sitio para que todo el mundo pudiera ver el nivel de mis alumnos.
En fin, que estoy a vuestra disposición en mi correo electrónico jo_txema@yahoo.es
Si alguien observa algún fallo en la historia de César, por favor, no dudeis en escribirme y lo trataré de subsanar. Gracias.

¿POR QUÉ UN CONCURSO SOBRE CÉSAR?

Muchas veces he de responder a la pregunta de mis alumnos de por qué César. Tras leer esta biografía a más de uno le tiene que quedar la sensación de que este personaje no es muy admirable que digamos.

Cayo Julio César era un ambicioso nato, no tenía reparos en pasar por encima de sus enemigos o rivales políticos. También era de origen noble y siempre se regodeaba de ello. Se sentía superior al resto de los mortales, descendiente de los dioses. Miraba por encima del hombro a sus rivales políticos y se consideraba mejor que nadie. Y consiguió el poder absoluto a costa de asesinar y matar a romanos de tan puro linaje como él, sin que le temblara el pulso. Ejerció una dictadura personal, uno de los sistemas de gobierno que más detesto. Más incluso que la monarquía que estuvo a punto de encabezar.

Como militar era despiadado y cruel. Tuvo gestos y reacciones de genocida y hoy le juzgaríamos en el tribunal de la Haya por crímenes contra la humanidad, tales como el exterminio de tribus enteras o el ejemplo de cortarle la mano a una tribu. Se convirtió en un hombre rico gracias al tráfico de esclavos. Sometió poderes soberanos e independientes sólo para acrecentar su gloria. En definitiva, fue un lobo implacable que haría lo que fuera para acrecentar su gloria personal. Todos estos aspectos son negativos en efecto, y esos aspectos no los admiro.

Para responder la pregunta de mis alumnos diría que César, fue un hombre admirable por ser un visionario, por ser un genio de la guerra, de la política, del derecho y de la literatura incluso. Nos dejó un legado monumental, literario, jurídico e histórico digno de los más grandes de la historia. En resumen, fue uno de los grandes de la Historia de la Humanidad y mi admiración, como licenciado y profesor de Historia, es puramente profesional. Es muy difícil conseguir todo lo que consiguió César en tan solo 56 años. Sus gestas y victorias hoy no serían posibles pues el mundo es muy diferente, nos regimos por otras ambiciones y reglas. El mundo romano era un mundo en el cual un hombre podía cambiar el destino de una nación entera montando un caballo y haciéndose seguir por un puñado de legionarios, conquistar nuevas tierras desconocidas. Era un mundo para gente valerosa, que no conoce el miedo a lo desconocido. Esa es quizás, la parte de la biografía de César que más me gusta, la parte militar. Debía ser muy cruel matar o morir en un solo instante, pero también debía ser muy emocionante, superarse día a día, pasar las jornadas vivo, no tener más horizonte que la próxima batalla.

En definitiva, vivir el presente con intensidad para tratar de construir un mañana a nuestro gusto, pero sin saber si ese mañana llegará o el final nos espera detrás de cada colina.


Valencia, 30 de julio de 2006.

Los idus de marzo

César había perdonado a todos los senadores pompeyanos que estaban diseminados por todas las provincias. No les tenía miedo, no le preocupaban. Había sido magnánimo y generoso con ellos. Pero éste fue un error de César.

Provocado por el gesto de Marco Antonio que le había ofrecido el título de Rey, muchos de estos senadores perdonados que aún tenían fe en la restauración de la República y veían en el título de César, el fin de todas sus aspiraciones, trataron de buscar una solución. Y la única solución que había para restaurar la República y su propio poder, el poder de los pocos optimates que quedaban, era asesinar al gran hombre. Acabar con la fuente de todas sus desdichas.

Se preparó una conjura para asesinar a César. Sus líderes fueron Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino, aunque eran cerca de 30 senadores los conjurados:
· Cayo Casio Longino era un confabulador nato que odiaba a muerte a César a pesar de que éste, le había perdonado tras la batalla de Farsalia y le había devuelto sus privilegios políticos y su hacienda. Pero Casio no aceptaba que su carrera política se viese favorecida por César. Él quería ascender por méritos propios y no por la gracia de un hombre.
· Marco Junio Bruto era el hijo de Servilia, la amante romana más famosa de César. Se rumoreaba incluso que podría ser su propio hijo. César siempre le trató como tal, le favoreció al máximo, le perdonó todas sus traiciones y sus indecisiones, le otorgó cargos y riquezas. En resumen, César amaba a Bruto como si fuera su propio hijo. Pero Bruto fue seducido por los conjurados, que apelaron a su apellido y a sus antepasados. El primero de los Bruto fue el que asesinó al último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, y el fundador de la República. ¿Quién mejor que él para asesinar al tirano César y restaurar la República?

Además, su madre, rechazada por César después de volver a Roma, estaba ciega de ira por haber perdido los favores de César. Y la cosa llegó a su cénit cuando en el año 46 a.C., Cleopatra y su hijo Cesarión, se reunieron con César en Roma instalándose en una villa a las afueras de la ciudad. A partir de ese momento, Servilia quiso vengarse e hizo todo lo posible para convencer a su hijo de que la mejor salida, era asesinar a César.

César tenía informaciones sobre la posible conjura para asesinarle, pero no podía demostrar miedo. Un adivino muy famoso en Roma de nombre Espurina, que se cruzó con César en el Foro le había dicho:

“César, guárdate de los idus de marzo”.

Su mujer, Calpurnia, había soñado esa misma noche que César sería asesinado y trató de impedir que ese día César acudiera a la sesión senatorial, convocada para tratar la guerra contra los partos, hacia la que partía César al día siguiente.

En un gesto que denota a partes iguales chulería e imprudencia, despidió a sus lictores, que siempre le acompañaban para su protección personal y se encaminó andando sólo hacia la Curia Pompeyana, el lugar donde se reunía el Senado desde el incendio de la Curia Hostilia a la muerte de Clodio. En el camino se encontró con el adivino Espurina que le había dicho que se guardara de los idus de marzo y le dijo:

- ¡Ya han llegado los idus de marzo y sigo vivo!
- Sí, pero aún no han acabado. – contestó el adivino.

Antes de entrar en la Curia se le acercó un senador y le dio un rollo de pergamino rogándole que lo leyera y en el que figuraban los nombres de todos los conjurados para asesinarle, pero César no tuvo tiempo de leerlo y entró en el Senado con el rollo en la mano.

El plan de los conjurados era sencillo. El Senado estaba convocado en los idus de marzo (15 de marzo del año 44 a.C.) Mientras Trebonio entretenía a Marco Antonio, el lugarteniente más fiel de César y que ostentaba en ese momento el cargo de Cónsul, el senador Cimbro se acercó a César con la excusa de implorarle el perdón para su hermano desterrado, arrojándose de rodillas a sus pies. El resto de los asesinos se acercaron entonces para apoyar dicha petición. Entonces Cimbro agarró la toga de César para inmovilizarle. Esa era la señal. El senador Casca, que estaba situado a su espalda, le asestó la primera puñalada. César se giró al notar el frío acero y le clavó en el brazo el stilo (instrumento de escritura sobre papiro) que tenía en la mano. El resto de asesinos se abalanzaron sobre César asestándole 23 puñaladas. César aún tuvo fuerzas para empujarles, para pronunciar las palabras de incredulidad al ver a Bruto con un puñal en la mano (“¿Tú también hijo mio?) y para taparse el rostro con la toga y evitar que sus asesinos vieran su cara en el momento de morir.

El Gran Julio César, a los 56 años, cayó muerto a los pies de la estatua de Pompeyo Magno que presidía la curia, pues él la había pagado. Una de las ironías del destino. Los asesinos y el resto de senadores salieron corriendo, aterrados por el magnicidio y por las reacciones que se pudieran producir.

Los asesinos, que pretendían erigirse en salvadores de la República y los que retornaban la libertad al pueblo, presas del pánico se refugiaron en el templo del Capitolio, un lugar seguro.

Marco Antonio calmó los ánimos y presidió el funeral de César e hizo su panegírico (discurso en honor de un difunto), pero la muchedumbre que se acumulaba en el Foro prendió fuego al cadáver de César arrojando a las llamas todo lo que encontraban a su paso. La hoguera ardió durante días. En ese mismo lugar, años después se erigiría el templo de Divus Iulius, en honor y memoria de Cayo Julio César que fue proclamado dios.

La venganza contra los asesinos fue llevada a cabo por Marco Antonio y Cayo Julio César Octaviano, su hijo adoptivo y heredero. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otro momento.

César Dictador

César ahora es elegido Dictador Vitalicio y celebra su quinto triunfo por las calles de Roma. Los cuatro triunfos anteriores los había celebrado antes de la campaña de Hispania. El primero por su victoria en la guerra de las Galias, donde paseó las riquezas obtenidas allí, entre ellas a su enemigo número uno en esa guerra Vercingetorix, que fue paseado detrás del carro de César por el Foro encadenado a un poste. Al finalizar el desfile fue ejecutado de la manera que los romanos mataban a sus enemigos no romanos, estrangulándolos en un calabozo oscuro de los sótanos del Foro. El segundo triunfo lo celebró por su victoria en Asia contra Farnaces. El tercero por su victoria en Egipto. El cuarto por su victoria en África contra el rey Juba I de Numidia y el quinto triunfo por su victoria en Hispania. Durante cinco días los fastos, desfiles y fiestas en Roma fueron apoteósicas. Además de los desfiles triunfales de César por el Foro exhibiendo las riquezas obtenidas en esas campañas, César organizó obras de teatro, naumaquias (batallas navales simuladas), luchas de gladiadores, exhibiciones y lucha de animales feroces y desconocidos en Roma, como elefantes, rinocerontes, jirafas, leones, etc. A todo eso le añadimos epulum, banquetes multitudinarios en los que hubo hasta 66.000 invitados. Se repartió trigo a los ciudadanos y entre los veteranos soldados de César se repartió el botín. César incluso restauró el dinero del erario público que había confiscado para pagar la Guerra Civil. Todo eso hizo César gratis y consiguió que sus veteranos y sus ciudadanos le estuvieran agradecidos.

Cayo Julio César era ahora el amo absoluto de Roma y comenzó a acumular privilegios que los ciudadanos romanos le otorgaban sin reservas. César era capaz de la generosidad y el perdón, pero también de las represiones más atroces e injustas. No tuvo reparos en eliminar a aquellos que se le opusieran, aunque había poca gente que lo hiciera. Con todo el poder en sus manos, César comenzó su tarea. Acabó con la República y estableció las bases de un sistema de gobierno nuevo, base del Imperio Romano:

· Él supervisaba el nombramiento de todos los magistrados.
· Le quitó sentido al cargo de Cónsul, reduciendo su tiempo de mandato de un año a tres o cuatro meses.
· Repartió cargos entre sus fieles para tenerlos bajo control y premiar su fidelidad.
· Reformó el calendario.
· Aumentó el número de senadores afines a él y convirtió el Senado en un coro de aduladores.
· Nombró los gobernadores de las provincias que a él le interesaban.
· Controló el Tesoro Público que se convirtió en una especie de caja personal.
· Obtuvo el mando único de todos los ejércitos en caso de realizar una campaña y planeó su próximo objetivo: la campaña en Asia contra los Partos, decidido a vengar la muerte de Craso, su antiguo socio triunviral y obtener nuevas riquezas.
· Creó el primer periódico de la historia, Acta Populi, donde publicaba las actas del Senado, ejerciendo la censura sobre las publicaciones de la urbe.
· Renovó, limpió y engalanó la ciudad. Roma pasó de aldea gigantesca a la capital del mundo. Creó un nuevo foro complementario del anterior, el Forum Iulium, de 160 metros de largo por 75 m. de ancho, cerrado por pórticos y columnatas de mármol, todo presidido por el templo de Venus Genitrix, su diosa regente, y que en sus relieves de la fachada rememoraba la victoria en la batalla de Farsalia.



Los romanos, agradecidos por la paz que había instaurado en sus vidas y por las reformas y riquezas que corrían por Roma, trataban de agradecérselo agasajándole:
· Se declaró día de fiesta oficial el día de su nacimiento, dia natalis.
· Además, se cambió el nombre del mes de su nacimiento, quintilis, que pasó a llamarse iulius (julio, nombre que se mantiene hoy en día).
· Le autorizaron a llevar siempre los símbolos de Imperator, que eran la capa púrpura y la corona de laurel en la cabeza.
· E incluso se le declaró semidiós, fundando un culto nuevo en exclusiva para su persona.
· Su lugarteniente Marco Antonio, le ofreció en un acto público la diadema real, una cinta blanca que llevaban los antiguos reyes romanos. Es decir, que le quisieron declarar Rey de Roma. Pero César rechazó la diadema, el no quería ser rey, no le hacía falta. Él era mucho más que un rey. Era César.

El 14 de febrero del año 44 a.C., tras haber rechazado la diadema real, el senado y pueblo de Roma le nombró Dictador Perpetuo, otorgándole la facultad de decidir quien sería su sucesor en el gobierno de Roma. César, el año anterior, había adoptado en secreto a su sobrino-nieto, el nieto de su hermana, Octavio, un joven que le había impresionado por su profunda inteligencia. Y había hecho su testamento dejándole todo a Octavio, aunque no lo reveló. Sólo a su muerte, cuando el testamento se hizo público, los romanos supieron su decisión, que acataron después de una breve disputa por el poder.

La Guerra Civil

DE BELLO CIVILI (LA GUERRA CIVIL).

3.8.1.- La conquista de Italia.

Esa mañana César ocupa sin encontrar resistencia la ciudad de Rimini. Y continúa su marcha imparable sin derramar una sola gota de sangre. Las ciudades le abren las puertas y le aclaman como un héroe que es. La ciudad de Pesaro, Fano y Ancona se entregan sin reservas a César y se ponen a su disposición.

En Roma, el pánico entre los senadores es evidente, pues temen la fuerza de las veteranas legiones que han ganado la Guerra de las Galias. Pompeyo decide abandonar Roma y con él, la mayoría de los senadores optimates. Pompeyo además declara que todo aquel senador que se quede en Roma, será considerado un traidor. Sólo los optimates e indecisos siguen a Pompeyo que marcha hacia el puerto de Brindisi, donde espera embarcar a sus dos legiones en dirección a Asia. En Asia Pompeyo tenía un gran prestigio y la mayoría de sus partidarios. Pensaba que era más importante ahora hacerse fuerte que mantener Roma. Ya habría tiempo de reconquistarla cunado hubiera acabado con César.

César pasó de largo por Roma y persiguió a su rival dispuesto a acabar aquel conflicto lo más pronto posible, pero Pompeyo consiguió embarcar sus legiones y abandonó Italia, que estaba ahora en tan solo unos días y sin haber derramado una gota de sangre, en manos de Cayo Julio César.

3.8.2.- La primera campaña en Hispania.

Al volver a Roma, César fue nombrado Dictador por los senadores que se habían quedado. Ponían en sus manos el poder absoluto para que acabara con la rebelión optimate. En los ocho días que César permaneció en Roma, restituyó la ciudadanía a los habitantes de la Galia Cisalpina que tanto le habían ayudado en la Guerra de las Galias y aseguró el aprovisionamiento de trigo a Roma controlando el gobierno de la isla de Sicilia. Dejando a Tito Labieno controlando Roma, César partió por tierra (la flota del hijo de Pompeyo dominaba los mares) al mando de seis legiones hacia Hispania, donde tres partidarios pompeyanos, Afranio, Petreyo y Varrón, controlaban la península. César pronunció estas palabras al partir:

“Marcho a combatir un ejército sin jefe y al volver combatiré a un jefe sin ejército”

En el camino se topó con la ciudad de Marsella que cerró sus puertas declarándose rebelde a César. César dejó una guarnición que le puso sitio a la ciudad y continuó su camino a Hispania. Allí estuvo César 40 días sin entablar una batalla en campo abierto, sólo realizando algunas escaramuzas y sitiando ciudades. Los romanos de Pompeyo, acantonados en Ilerda (actual Lleida) acabaron rindiéndose sin lucha y César les mandó a Roma escoltados por sus legiones veteranas. César dejó a Quinto Casio al mando de Hispania y regresó a Roma. De camino rindió la ciudad de Marsella. Está finalizando ya el año 49 a.C. y César gira sus miras a Oriente, hacia Pompeyo, dispuesto a acabar de una vez por todas con la Guerra Civil.

De camino a Roma, César tiene que hacer frente a un motín de sus tropas en Placentia. Los veteranos están cansados de guerrear y se ven venir que César les va a embarcar hacia Oriente para seguir luchando. César les reúne y les lanza un discurso en el que primero agradece sus servicios con muy buenas palabras y después les castiga con dureza. A la IXª Legión, de donde eran los líderes del motín, les inflinge el castigo del diezmo, que consistía en seleccionar al azar a uno de cada diez soldados y ejecutarlos. Y al resto les licencia con deshonor por su indignidad. Este castigo ejemplar surte efecto entre el resto de sus tropas y tras las solicitudes de misericordia, al final César acepta ejecutar sólo a 12 de los cabecillas y la IXº Legión no es licenciada (era todo un acto magistral, pues César no puede debilitarse en estos momentos). César ha recuperado la disciplina de sus ejércitos y marcha hacia Roma.

3.8.3.- La derrota de Cneo Pompeyo Magnus.

De nuevo en la urbe a finales del año 49 a.C., César reactiva la economía y pacifica los espíritus. Para lo primero, funde el oro del erario público y acuña nueva moneda con su efigie en un dorso y con el título de imperator en el otro. Éste título lo otorgaban los mismos soldados a su general por aclamación popular al haberlos llevado a una gran victoria. A continuación renuncia a su cargo de Dictador y convoca elecciones a las que le mismo se presenta, saliendo elegido como cónsul senior. Con este acto César recupera la legalidad de su mando y ya no es considerado fuera de la ley. Estamos ya al inicio del año 48 a.C. y César parte la encuentro de sus rivales que están alzados en armas contra él.

El ejército senatorial liderado por Pompeyo Magnus, está en Iliria (actual Albania) Se está reforzando mucho y muy rápidamente. Pompeyo cuenta con 200 senadores que residen y se reúnen en Tesalónica. Además tiene a su disposición nueve legiones, la caballería, los auxiliares y una gran flota mandada por Bíbulo (que compartió el primer consulado de César y que le odia a muerte) y que domina las rutas marítimas de abastecimiento e impide las comunicaciones por mar de los enemigos. En total dispone de unos 60.000 hombres a sus órdenes. César ha de actuar con prestancia sino se quiere ver amenazado.

En pleno invierno y burlando la flota de Bíbulo, César atraviesa el mar Adriático con siete legiones, haciéndose con el dominio de toda la zona norte de Iliria con una pasmosa velocidad que deja sorprendidos a los pompeyanos. Bíbulo, aunque tarde, reacciona e impide que el resto de las tropas de César atraviesen el mar. Pompeyo escoge la táctica del desgaste progresivo del ejército de César que tiene cortadas las comunicaciones y las vías de abastecimiento por la flota. Las tropas que faltan y que manda Marco Antonio, no consiguen atravesar el mar y César se pone nervioso. Trata de atravesar de incógnito una fría noche de invierno el mar para regresar a Italia y solucionar el problema, pero la galerna impide que su barco progrese y el capitán del barco decide retroceder. César demuestra su seguridad en si mismo y la confianza que tiene en que su destino está regido por los dioses y le da ánimos diciéndole: “Ten valor, llevas a César y a su Fortuna”. Pero es imposible y César, temiendo por su propia vida renuncia a la empresa. Finalmente las cinco legiones de Marco Antonio consiguen su objetivo, favorecidos por el desconcierto que la muerte de Bíbulo, que se ha esforzado tanto en la empresa que cae presa del agotamiento.

A pesar de que César tiene ahora doce legiones completas, Pompeyo no reacciona y decide acantonarse cerca de la ciudad de Dyrrachium. César trata de repetir la experiencia de Alesia y comienza a realizar un cerco de la posición de su enemigo de más de 90 kilómetros.

Pero un cerco tan grande es imposible de defender y Pompeyo, viéndose atrapado, rompe el cerco y huye hacia la región de Tesalia, en el norte de la actual Grecia. Pero César, más veloz que su enemigo y eligiendo otro camino, llega antes que él y somete la región. Pompeyo no tiene otra salida más que presentar batalla, que se producirá en la llanura de Farsalia el 28 de junio del año 48 a.C.

La batalla de Farsalia enfrenta a romanos contra romanos. César dispone de unos 22.000 hombres mientras que Pompeyo tiene una fuerza mucho más numerosa que ronda los 66.000 hombres. La batalla es una gran victoria del genio militar del Gran Julio César, que con un golpe maestro de su caballería, provoca el pánico en las filas pompeyanas y vence de una manera aplastante.

Según las propias cuantas de César, el solo tiene que lamentar unas 230 bajas, mientras que el enemigo ha perdido 15.000 hombres y 24.000 han sido hechos prisioneros. Pompeyo huye hacia Egipto, mientras César con Marco Antonio al frente, envía a sus tropas a invernar en Roma, otorgándoles el merecido descanso que les había prometido tras el motín de Placentia.

Pero César marcha con unos cuantos hombres en persecución de Pompeyo. Éste, ha llegado a Egipto junto con su familia buscando la protección del Faraón Tolomeo XIV, un niño de tan sólo 10 años, casado con su hermana 7 años más mayor que él, de nombre Cleopatra VII Philopator. Las disputas por el poder entre faraón y faraona son evidentes y los consejeros del niño-rey, expulsan a Cleopatra de palacio, pues así Tolomeo es mucho más manipulable. Al recibir la noticia de que Pompeyo pide asilo en Egipto, los consejeros del Faraón deciden asesinar a traición a Pompeyo para honrar a César y ganarse sus favores, pues están convencidos que César llegará en su persecución. Compran a Septimius, un liberto que acompañaba a Pompeyo y al descender del barco le clava su espada por la espalda y le asesina a la vista de toda su familia que le observaba desde un barco y que vista la traición huyen de allí. Pompeyo es decapitado.

Al llegar César a Alejandría, la capital de Egipto en aquel entonces, los consejeros le presentan la cabeza de César en una bandeja, esperando que la coja y se vaya de Egipto con su trofeo y deje el país tranquilo. Pero la reacción de César no será esa. César llora la muerte de su antiguo yerno, condena el asesinato y desembarca junto con sus reducidas tropas en Alejandría, instalándose en el Palacio Real.

3.8.4.- De bello alexandrino (la Guerra de Alejandría).

Con la excusa del pérfido asesinato de Pompeyo, César decidirá apoderarse y controlar Egipto. Se erigirá en el árbitro de las disputas entre Tolomeo XIV y Cleopatra. César repone a ambos en el poder y controla a Cleopatra convirtiéndose en su amante. Pero los consejeros de Tolomeo XIV no quieren perder su influencia y reaccionan violentamente. Aquilas, uno de ellos, sitia a César y a sus tropas en el Palacio Real de Alejandría en septiembre del año 48 a.C. César resiste los ataques durante cuatro meses esperando la llegada de las tropas de refuerzo. En uno de esos ataques, la famosísima Biblioteca de Alejandría, donde había más de 400.000 volúmenes de todos los idiomas y autores del mundo, la biblioteca más famosa y maravillosa de la historia antigua, perece pasto de las llamas. Muerto Aquilas, el eunuco Ganímedes refuerza con mucha más virulencia los ataques contra César. En una escaramuza en la isla del faro, el mismo César junto con 800 legionarios caen en una emboscada, de la cual solo pueden salvarse unos pocos lanzándose al mar y nadando hasta la seguridad de las naves romanas. El mismo César en su desesperada huida, ha de abandonar la capa escarlata de Imperator, que Ganímedes exhibe como un trofeo.

Pero en enero del año 47 a.C. llegan los refuerzos romanos que acampan a las afueras de Alejandría. Enterado César, en una salida nocturna y por sorpresa se une a esos refuerzos y presenta batalla a Ganímedes y sus hombres, venciéndole de manera aplastante (unos 12.000 prisioneros y más de 20.000 muertos). Entre los muertos está el propio Ganímedes y el Faraón Tolomeo XIV. La ciudad de Alejandría se rinde ante la asombrosa victoria de César. Egipto está ahora en sus manos. Cleopatra se casa de nuevo con otro de sus hermanos de 10 años, Tolomeo XV. Pero César se embarca en un thalamegus y realiza un crucero de dos meses por el Nilo para conocer las maravillas de Egipto junto a una joven cariñosa como Cleopatra a la que le hace un hijo, Cesarión. Podemos decir que César se tomó unas merecidas vacaciones. Al volver, César deja tres legiones en Egipto y vuelve a la actividad.

3.8.5.- La campaña de Asia.

Estamos en julio del año 47 a.C. y a César le reclaman unos urgentes asuntos en Asia. Allí el Rey Farnaces, un reyezuelo de las costas del Mar Negro, descendiente de Mitrídates, se ha rebelado contra el poder de Roma aprovechando la presunta debilidad de los romanos que están enfrascados en una guerra civil. El Rey Farnaces ha invadido la pequeña Armenia. Tras una breve y victoriosa batalla contra el gobernador romano Calvino en Nicópolis, ha invadido también el reino del Ponto amenazando la supremacía romana sobre la zona.

César apacigua a todos los reyes del entorno y marcha contra Farnaces. En la batalla de Zela, César aniquilará todo el ejército de Farnaces en tan solo 4 horas. Es tal la superioridad demostrada por César en el campo de batalla que en su informe al Senado, César escribe la famosa frase:

“Veni. Vidi, Vici” ( Llegué, vi y vencí ).

Deja de nuevo el mando de Asia a Calvino y regresa a Roma, haciendo una breve parada en Atenas.

3.8.6.- De nuevo en Roma.

Veintidós meses después de su marcha César regresa a Roma con todo Oriente pacificado, su enemigo muerto, Egipto bajo su control y sólo con un par de reductos optimates aún por eliminar en África, César está de vuelta en Roma a finales del año 47 a.C.

Pero César se encuentra con una Italia convulsa. Sus veteranos, que ya han dilapidado el botín de sus conquistas, reclaman las tierras prometidas por César y poder así disfrutar del su triunfo al igual que su general. Pero los gobernantes de Roma no les pueden asegurar esas cosas en ausencia de César. Los legionarios veteranos, enterados de que César regresa a Roma marchan hacia allí. César se reúne con ellos en el Campo de Marte, a las afueras de la ciudad. César es muy breve y les pregunta qué quieren. Los legionarios para presionarle y para que les conceda sus peticiones, sabiendo que César les necesita, amenazan con la licencia total. Pero César no se va a enfadar y brevemente les anuncia que les concede la licencia y se dirige a ellos como quirites, es decir ciudadanos. La mayoría de los soldados, al darse cuenta del error que han cometido, comienzan a implorar a César para que no los licencie, que quieren seguir siendo milites, es decir, soldados. Ante este arrepentimiento, César consigue apaciguar el motín y, de nuevo, la unión de sus tropas. Con el ejército de nuevo unido, se dispone a partir al norte de África, donde aún quedan reductos de la resistencia optimate.

3.8.7.- La campaña de África.

En el año 47 a.C., los optimates, liderados por el archienemigo de César, Marco Porcio Catón que había escapado de Farsalia y se había establecido en África, se han hecho fuertes en el norte de este continente y han conseguido la alianza del Rey Juba I de Numidia. Han reunido un poderoso ejército con elefantes incluidos y están dispuestos a acabar con la tiranía del conquistador de la Galia y restablecer los valores republicanos que creen pisoteados.

César desembarca en África con su ejército y el 6 de febrero del año 46 a.C. presenta batalla a las fuerzas conjuntas de romanos y numidas. La batalla de Tapsos es otra gran victoria para el Gran Julio César que consigue espantar a los elefantes del enemigo que se vuelven contra sus propios soldados. Según César en su informe al Senado, solo tiene que lamentar 50 muertos, mientras que los enemigos han perdido más de 10.000 hombres.

Catón se refugia en Útica y César marcha contra él. Los habitantes de la ciudad, asustados por el acercamiento de las tropas, comunican a Catón que le abrirán las puertas a César. Marco Porcio Catón, la noche del 12 de febrero del año 46 a.C., cena con sus amigos filósofos pronunciando una de las frases con las que ha pasado a la posteridad: “El hombre virtuoso es un hombre libre”. A continuación se retira a sus aposentos, relee a su filósofo favorito, Platón y se clava su espada en el vientre. Pero la herida no es mortal. Al despertar de nuevo, habla con los que le rodean diciéndoles:

“No podría soportar de ninguna de las maneras la venganza de César, pero mucho menos su perdón. Prefiero morir que sucumbir ante mi enemigo”

Dicho esto, rechaza los servicios de los médicos y con sus propias manos se reabre la herida con sus propias manos una y otra vez, hasta morir desangrado.

Numidia se convierte en provincia romana y ya no queda casi ningún enemigo al que vencer y acabar por fin esta guerra civil. César regresa a Roma.



3.8.8.- La segunda campaña en Hispania y el final de la guerra.

Estamos en el año 46 a.C. y al regresar de Tapsos, el Senado decreta cuarenta días de acción de gracias a los dioses. Además concede a César el privilegio de poder sentarse entre los cónsules en el Senado y le ofrece el cargo de Dictador por diez años. La guerra civil está casi terminada pero aún tendrá que hacer frente a la última sublevación pompeyana, protagonizada por los hijos de Pompeyo.

En Hispania, Casio, el gobernador que César dejó se muestra como un inepto que sólo piensa en esquilmar la provincia y en el enriquecimiento personal, provocando la sublevación de la Bética (actual Andalucía). En esa coyuntura llega Cneo Pompeyo, el hijo del Magnus, y consigue que los nativos se le unan en rebelión contra, Casio, el gobernador de César. Éste, no tiene más remedio que abandonar Roma y hacer frente a una nueva campaña militar contra los pompeyanos.

La batalla decisiva se producirá cerca de Córdoba el 17 de marzo del año 45 a.C. La batalla de Munda favorece a César, aunque es una de las batallas en que más bajas sufre su ejército e incluso donde más cerca estuvo de perder su propia vida. En un momento decisivo de la batalla tuvo que lanzarse con su gladius en la mano al combate chillando a sus legionarios e infundiéndoles valor:

“Este mocoso no me arrebatará la gloria. Antes moriré luchando”

Esto exclamaba mientras se unía a los soldados de la XªLegión, la más aguerrida de sus tropas que durante años fue su guardia pretoriana (es decir su guardia personal). César hubo de lamentar cerca de 1000 muertos y 500 heridos. Los pompeyanos casi 33.000 entre los que se encontraban los hijos de Pompeyo. La resistencia pompeyana había sido aniquilada definitivamente y la guerra civil, había terminado. César tenía ahora las manos libres y podía regresar a Roma para gobernarla.

La descomposición del Triunvirato

Pero cuando César pretende volver a Roma para presentarse de nuevo a las elecciones a cónsul, sus enemigos políticos ya han actuado en su contra y tratan de perjudicarle. Los miembros del triunvirato que dominaban la ciudad ya no lo hacen y sus enemigos se han hecho fuertes dentro del Senado.

· Marco Licinio Craso, el primero de los triunviros, partió hacia Siria para luchar y conquistar el reino de los Partos, pero es derrotado y asesinado en Carrás en el año 53 a.C.

· Cneo Pompeyo Magno, segundo miembro del triunvirato y su antiguo yerno. Tras la muerte de Julia se ha casado de nuevo, pero ha cambiado de bando. La envidia le corroe ante los éxitos militares de César. Pompeyo, el vanidoso, el que se hacía llamar asimismo Magnus, el grande, que siempre se había considerado el Primer Hombre de Roma, ve ahora como hay otro gallo en el gallinero que le eclipsa y no lo puede soportar. Adulado por los optimates decide cambiar de bando y tratar de acabar con César legal o ilegalmente.

La situación del resto de sus amigos y enemigos también ha cambiado ligeramente (o no):

· Marco Porcio Catón, su tradicional enemigo político, un hombre que odia a todo el mundo. Es feo, repulsivo, tacaño, amargado. Cree encarnar en si todas las virtudes la República romana. Se rodea de filósofos, siempre viste de negro y rehuye todos los lujos (excepto el vino) que los considera decadentes. Todo lo nuevo, es malo. Él cree ser el prototipo de romano y todos los demás están equivocados y quieren acabar con la República.

· Marco Tulio Cicerón, el pater patriae (aunque en realidad en los corrillos se le conoce con el apodo de Garbanzo) Tal título se lo concedieron sus aduladores tras la conjuración de Catilina, donde creyó haber salvado la República de un tirano al que ni siquiera concedió el derecho a defenderse en un juicio justo, estrangulando sin juicio previo a todos los posibles testigos que podían haber demostrado que la presunta traición de Catilina no fue tal traición. Tiene tanta vanidad como cobardía y sus opiniones fluctúan de un lado al otro dependiendo del sol que más le calienta. Ha defendido la causa de César mientras le ha interesado, pero ahora que tiene que decantarse por ambos bandos, se esconde como un miserable e intenta pasar desapercibido.

· Publio Clodio Pulcher, su más fiel aliado durante su ausencia de Roma, ha sido asesinado a las afueras de Roma por la banda rival pagado por los optimates y liderada por Milón. Cuando los populi se enteraron de la muerte de Clodio, trajeron su cuerpo al Foro y usaron de pira funeraria el propio Senado. La Curia Hostilia sirvió de combustible para el cuerpo de Clodio. La plebe hacia culpable de su muerte a los senadores optimates y quemar la sede del senado era una especie de venganza.

A César aún le quedan aliados en Roma y el pueblo le adora, tanto por su recuerdo como por sus éxitos en la Guerra de las Galias.

Estamos en el año 50 a.C. y César está en Rávena, la ciudad más importante de la Galia Cisalpina, viendo como se desarrollan los acontecimientos y esperando el mejor momento para volver. No puede volver a Roma sin abandonar sus legiones y su mando, que son su fuerza, pues si lo hiciera, sus enemigos aprovecharían para procesarle e incluso para asesinarle. Y si atraviesa la frontera y marcha con sus tropas hacia Roma, sería considerado inmediatamente un traidor, apresado y arrojado al vacío desde la roca Tarpeya, un saliente de la colina capitolina de unos 200 metros de altura, lugar donde se ajusticiaba a los ciudadanos romanos. César está atrapado e intenta negociar una salida antes que verse forzado a iniciar un conflicto armado, es decir una guerra civil, donde el poder de Roma estaría en juego.

Manda que sus agentes en Roma, Balbo y Curión, comiencen sus movimientos. Balbo acude a Pompeyo y trata de hacerle volver al bando de César, pero sin éxito. Mientras tanto Curión y más tarde Marco Antonio, desde su cargo de tribuno de la plebe, controlan el Senado. Allí, Catón y los suyos están lanzando sus ataques más despiadados a César. César ha enviado una carta al Senado en la cual solicita una entrada triunfal por las calles de Roma como era tradición entre los generales que han conseguido grandes victorias para Roma. Pero el Senado no está por la labor y con Catón a la cabeza exige que:

· César devuelva dos de sus legiones que le fueron prestadas por Pompeyo (el objetivo era debilitarle militarmente)
· Que César deponga su mando y imperium de procónsul y vuelva a Roma para ser juzgado por alargar más de lo necesario la guerra para enriquecerse a si mismo. Además, solicita que César sea entregado a los germanos, a quien ha infringido tan grandes matanzas.
· Se niegue la ciudadanía romana que César, en agradecimiento, ha concedido a sus soldados de la Galia Cisalpina.
· Sean derogadas todas las leyes que César promulgó durante su consulado.

Curion y Marco Antonio hacen frente a todas estas acusaciones y evitan que se hagan efectivas, pero son amenazados de muerte en repetidas ocasiones. Los acontecimientos se precipitan. César solicita poder presentarse al consulado del año 48 a.C. in absentia, es decir sin necesidad de ir a Roma, donde sus enemigos le esperan para juzgarle. Si César era elegido cónsul, la dignidad de ese cargo no permitiría que le juzgaran. Los cónsules del año 49 a.C., Marcelo y Léntulo, intentaron que el Senado les diera el poder absoluto para hacer frente a la amenaza de César y delegar ese poder en el único militar capaz de hacer frente a César, Cneo Pompeyo Magno, que siempre decía:

“Si doy una patada en el suelo de Italia, salen legiones por todas partes dispuestas a luchar por mi”

La moción fue aprobada a pesar de la acción de Marco Antonio, que esa misma noche y amparado por la oscuridad, huyó de Roma para unirse a César. Ya no había solución y la guerra civil estaba servida. Un bando, el de los optimates, se había unido en torno a Pompeyo. El otro bando, el de los populares, apoyaba a César.

César había recibido a Marco Antonio y a sus amigos de Roma en Rávena. Era evidente que el conflicto armado era la única salida. Echando mano a su gladius y delante de sus hombres dijo:

“He aquí quien ha de protegerme”.

Llamó a la XIIIª Legión, concentrándola en las orillas del río Rubicón. Ese pequeño riachuelo marcaba la frontera entre Roma y la Galia, entre el mando legal que César aún detentaba pero que expiraba en un breve plazo de tiempo y ser considerado un traidor a su patria. Durante una noche entera, César estuvo detenido junto a sus hombres, reflexionando, incluso indeciso. Esperaba una señal de los dioses.

Cuenta la leyenda que César soltó unos caballos en ofrenda a los dioses para ver si iban hacia Roma o hacia la Galia. Pero entonces y siempre según la leyenda, un hombre esbelto y de gran belleza que tocaba un instrumento musical con gran destreza a la orilla del río. Los trompeteros de la XIIIª legión se acercaron a escucharle. De pronto el hombre cogió una de las trompetas que se utilizaban para dar señales al ejército y se lanzó a las aguas del Rubicón, llegando hasta la otra orilla. César vio en ese gesto la señal divina que esperaba y se decidió, pronunciando una de las frases más celebres de César:

“Vayamos donde nos llaman los dioses y la injusticia de los hombres. Alea jacta est. La suerte está echada”.

La madrugada del 12 de enero del año 49 a.C. César cruzó el Rubicón, dando comienzo a una guerra fraticida entre romanos por el poder de Roma.

miércoles, noviembre 08, 2006

César versus Vercingetorix


Durante el invierno, al comienzo del año 52 a.C., marca el inicio de una nueva rebelión gala. Esta vez son las tribus de la Galia Celta, la parte central de la actual Francia.

Convocados por los druidas en el sagrado bosque de los carnutos, se reúnen los principales jefes de la Galia Céltica y se da la señal para la rebelión masiva contra el invasor romano. Las principales tribus participantes serán los carnutos, turones, parisienses, arvernos y cadurcos (ver mapa). Allí en el bosque se fijan los primeros pasos a seguir. El primero y más cruel, es que se fija una hora concreta y un día concreto que marcará el inicio de la rebelión. Y para iniciarla se elige la ciudad bajo dominio romano más próxima al bosque de los carnutos, Cenabum (la actual Orleáns) y se pasa a cuchillo a todos los residentes romanos de la ciudad. El segundo paso es fijar un líder único para su revuelta, un joven de menos de treinta años, de la tribu de los arvernos, hijo de Celtil, con un nombre que significaba “rey de los grandes guerreros”: Vercingetorix.

"El mérito no está en ser parte de la mayoría que DESISTE sino, más bien, en ser parte de la minoría que RESISTE!" Vercingetorix dixit.

Los galos y los romanos tenían una concepción distinta de la guerra. Los romanos basaban su fuerza en el sentido grupal del ejército, en la disciplinada, fría y ordenada legión, que actuaba normalmente como un solo brazo ejecutor de las ordenes de su general, que además era brillante estratega y un astuto negociador.

Los romanos además tenían el concepto de guerra total, es decir, no era simplemente enfrentarse en el campo de batalla y punto. Había que acompañar la batalla campal de la toma de ciudades, el control de las rutas de abastecimiento, el robo y la quema de cosechas... La guerra era un conjunto de circunstancias que daban la victoria o la derrota total.

En cambio los galos tenían una percepción más individualista de la guerra. Ellos eran hombres libres y heroicos que buscaban el desafío o el combate singular y libraban batallas que sus mujeres e hijos podían contemplar desde la retaguardia, mientras ellos exhibían sus capas de colores, sus cascos y escudos relucientes y su habilidad como jinetes o conductores de carros.

Para enfrentarse a Roma se necesitaba disciplina, una movilización general y un mando único que pudiera decidir las tácticas y la estrategia y que fueran capaces de coordinar la intendencia necesaria para mantener abastecido a un ejército de miles de personas. Pero por encima de todo, necesitaban un jefe que fuera obedecido: era preciso dejar de pensar en la tribu como unidad de combate, como base de la organización de una guerra (cada tribu luchaba por libre obedeciendo sólo a sus jefes) y buscar un caudillo que pudiera enfrentarse a César y hacerse obedecer por el conjunto de los jefes de las tribus galas. Y ese hombre era Vercingetorix.

Tras la masacre de Cenabum y tras aprovechar la ausencia de César para sublevar a las tribus de la Galia Celta, Vergingetorix pone en marcha su plan. César, enterado de la rebelión, ya está en camino desde la Galia Cisalpina donde ha pasado el invierno. La táctica de Vercingetorix es atraer a César lo más posible hacia el interior del territorio galo y evitar el enfrentamiento en campo abierto. César en su avance sólo se encontrará campos, cosechas y ciudades quemadas (la famosa táctica de la tierra quemada) y eso pondrá en dificultades el reabastecimiento de su ejército. Hasta veinte ciudades y un mayor número de aldeas caen pasto de las llamas de los propios galos, pero ahora Vercingetorix en su retirada va a cometer SU PRIMER GRAN ERROR.

Avaricum, donde habitaban la tribu de los Bitúrigos, la ciudad más bella de toda la Galia, se niega a ser quemada y sus habitantes, confiados en la inexpugnabilidad de sus murallas y en la cantidad de víveres acumulados que les permitirían resistir un asedio prolongado, deciden hacer frente a César.

Creen que César al no poder tomar la ciudad, pasará de largo. Vercingetorix no tiene más remedio que dejar la ciudad a merced de los romanos que, al llegar a Avaricum ven en la toma de la ciudad y de sus provisiones la única solución a esa campaña que tanto les está costando. La retaguardia romana no encuentra comida para un ejército tan numeroso y los galos atacan constantemente las expediciones de avituallamiento romanas.

Pero el Gran Julio César está a las puertas y no le asustan sus altas murallas. Pone en práctica el trabajo de las legiones y su ventaja en ingeniería militar sorprende a los galos. César construye un torreón de más de 100 metros de ancho y 300 metros de largo que se acerca sobre una rampa hacia las murallas y cuando esta el torreón a la altura de sus murallas, desciende una trampilla sobre las altas murallas que sirve de trampolín a los romanos, haciendo inútiles las altas murallas de la ciudad.

Los romanos se hacen con las numerosas provisiones de la ciudad y aniquilan a más de 40.000 personas, mujeres, niños y ancianos incluidos, dejando sólo 800 vivas que se unen a Vercingetorix.

Una vez ha caido Avaricum, César decide dividir su ejército en dos. Manda cuatro legiones al mando de Labieno hacia el norte, hacía el río Sena, donde está la ciudad de Lutecia (actual París), lugar donde habita una tribu muy belicosa y que está poniendo en jaque el dominio romano de la zona, los Parisi. El propio César, con las seis legiones restantes, marcha hacia el sur persiguiendo a Vercingetorix, que sigue rehuyendo el combate frontal. En esa persecución, el ejército galo se ha situado a la orilla derecha del río Allier y el romano a la orilla izquierda.

Los dos ejércitos marchan hacia el sur, unos a la vista de los otros pero sin poder atacarse mutuamente debido a la anchura del río. Los galos provocan continuamente a los romanos, tocando las trompetas y chocando sus armas contra los escudos, pavoneándose ante los romanos.

Pero César es mucho más inteligente que Vercingetorix e inventa una treta para acabar con esa situación. Amparándose en la oscuridad de una noche de luna nueva, manda a dos legiones hacia atrás y las esconde. A la mañana siguiente simula continuar aquella absurda persecución como si nada hubiera pasado, haciendo los galos lo mismo y sin haberse percatado de la estratagema. Las dos legiones atraviesan el río y se colocan en la retaguardia del ejército galo, comenzando a fustigar sus provisiones. Vercingetorix no tiene más remedio que dejar aquella provocación y refugiarse en la vecina ciudad de Gergovia, un punto casi inexpugnable.

Estamos en junio del año 52 a.C. y César, envalentonado por el éxito del asedio de Avaricum, no se lo piensa dos veces y se lanza al ataque. Lanza a la caballería romana sobre un lado de las defensas de Gergovia, tratando que los galos concentren toda la defensa de la ciudad en ese punto y descuiden el resto. Después, cuando el combate está en lo más duro, lanza al grueso de sus tropas al lado opuesto del ataque inicial. Pero Vercingetorix, escarmentado por la estratagema del río Allier, no se deja sorprender y reacciona a tiempo. César no tiene más remedio que tocar a retirada y abandonar el ataque y asedio de Gergovia, con el rabo entre las piernas y un buen número de bajas. Y marcha hacia el norte para recomponer su ejército y unirse a las cuatro legiones de Labieno que estaban cerca de Lutecia.

Es la segunda derrota de los romanos en la Galia (la primera fue la aniquilación de la legión del legado Sabino). Pero lo más importante: es la primera vez que el propio César, el favorito de la diosa Fortuna, el invencible, sufre una derrota. Es una derrota parcial, pues el numero de bajas no es muy elevado ( 700 romanos muertos de los cuales, 46 eran centuriones, es decir tropas de élite, los mejores soldados que el mundo había conocido) pero es una derrota al fin y al cabo y su efecto psicológico es lo más importante. El mito de hombre invencible ha caido. Se puede derrotar a César en una batalla y esto hace que los galos salgan reforzados psicológicamente, además de que las tribus indecisas, superan el pánico a Roma y a César y deciden unirse a la causa de Vercingetorix. Los eduos por ejemplo, aliados tradicionales de Roma desde el principio, cambian ahora de bando.

Pero ahora Vercingetorix cometerá su SEGUNDO GRAN ERROR. Los galos, envalentonados por la derrota de César y pensando que ahora es mas débil que nunca, quieren enfrentarse en una batalla en campo abierto a los romanos. La táctica de Vercingetorix hasta ahora había sido la contraria, regir el enfrentamiento directo, y le había ido muy bien. Pero la insistencia de los jefes de las tribus le obliga a ceder. Un gran error el de infravalorar a César y su capacidad de reacción que pagarán muy caro.

César se ha unido de nuevo a Labieno y su ejército está de nuevo completo. Vuelve hacia el sur dispuesto a continuar con su guerra. Los galos le esperan cerca de la cuidad de Bibracte. Se produce un enfrentamiento protagonizado por las caballerías de ambos bandos fundamentalmente. César está una vez más al frente de sus hombre, dirigiendo sus tropas y no dudando en ponerse en primera fila del combate, gladius en mano, dispuesto a matar o morir, como uno más de sus soldados. Éste tipo de gestos era lo que los legionarios de César más apreciaban y sentían una fidelidad casi mística por su general. Era un ejemplo a seguir y todos y cada uno de ellos estarían dispuestos a dar su vida por su general. Ese era uno de los grandes secretos de César. En campaña, César dormía en el suelo como uno más, comía el mismo rancho que los demás, conocía a casi todos sus hombres por su propio nombre, si había que cavar, era el primero en hacerlo, si se marchaba a pie, él no iba a caballo. Y en la batalla siempre estaba en primera línea allí donde más se le necesitaba. Esto infundía mucha moral y dotaba de mucho más valor a los legionarios romanos.

Pero no era así Vercingetorix, que por el hecho de ser rey se consideraba superior al resto y salvaguardaba su propia seguridad. En Bibracte, en este enfrentamiento de caballerías, no capitaneó a sus hombres y en cuanto vio que la cosa se torcía, toco a retirada con el grueso de su ejército, abandonando a sus maltrechas tropas a merced de los romanos y refugiándose de nuevo al amparo de los muros de una inexpugnable cuidad, Alesia. La victoria romana fue un bálsamo para las legiones después del revés de Gergovia. Roma volvía a vencer.

La ciudad en la que se refugia Vercingetorix se llamaba Alesia, una ciudad situada en una meseta de 400 metros de altura que dominaba un amplio territorio.

Esta ciudad era santa para los galos y tenía un gran número de santuarios dedicados a las divinidades más importantes de los galos como Tutatis, Lug o Belenos. Allí gracias a su posición dominante, a la experiencia de Gergovia y que esperaba un ejército de refuerzo de 250.000 hombres, se encerró Vercingetorix con cerca de 80.000 personas. Aunque los víveres escaseaban, el caudillo galo esperaba que el cerco no se prolongara en exceso y que la victoria estuviera cerca.

Pero César va a hacer de Alesia una de las ciudades más famosas de la historia militar. Llegando muy rápidamente a la ciudad y sin dudarlo un momento, pone sitio a la ciudad tratando de rendirles por hambre y escasez. Sus 60.000 hombres se ponen manos a la obra y hacen una muralla de maderas reforzadas con torres de vigía y de defensa que rodean la ciudad por completo en un perímetro de 15 millas (unos 27 kilómetros). El interior de ese perímetro hasta llegar a la misma Alesia lo llena de trampas para evitar la salida del ejército de Vercingetorix. Pero César sabe que viene de camino un ejército enorme y tiene que cubrirse las espaldas. Ni corto ni perezoso hace un nuevo perímetro exterior de 21 millas (unos 38 kilómetros) dejando un espacio de unos 200 metros entre el perímetro interior y exterior, para maniobrar en caso de ataque y donde ubica 23 campamentos de legionarios.

El exterior del perímetro lo llena a su vez de trampas como por ejemplo fossae (fosos), stimuli (puntas de madera endurecidas al fuego y enterradas en el suelo), cippi (agujeros con ramas afiladas en el fondo), empalizadas, muros, torres, etc. Una gran obra de ingeniería romana.

En el interior de Alesia, la escasez de alimentos es insostenible y Vercingetorix, aprovechando un momento de descuido de los romanos en sus obras, manda a toda su caballería en busca del ejército que no llega. Éste será el TERCER GRAN ERROR de Vercingetorix, perder a todos sus caballos. No porque fueran una fuente de alimento, ya que para los galos comerse a su caballo era un pecado mortal y un sacrilegio a los dioses, sino porque debilita su ejército ya de por si debilitado. Sus lugartenientes le proponen la antropofagia (canibalismo) como solución, pero Vercingetorix también renuncia a ella y toma otra decisión: abre las puertas de la ciudad y expulsa de ella a todas las mujeres, niños y ancianos, para tener menos bocas que alimentar y confiando en que los romanos los alimenten aunque sean vendidos como esclavos. La victoria era lo más importante para Vercingetorix, mucho más que las vidas de algunos galos.

Pero César, corto de provisiones también, no cae en la trampa de Vercingetorix y deja a toda esa masa de gente encerrada entre el perímetro interior de sus defensas y la ciudad de Alesia, abandonada a su suerte, vagando en tierra de nadie. El hambre acabará matándolos a todos (alrededor de 10.000 personas).

Entonces, el 20 de septiembre del año 52 a.C., aparece el tan ansiado ejército de refuerzo galo. Una formidable masa de más de 250.000 guerreros que lanzan un asalto brutal sobre las defensas romanas que se muestran muy eficaces. Es una lucha de la ingeniería romana contra la fuerza bruta gala. Y una vez más, la falta de liderazgo y la concepción individual de los galos en la batalla hacen que no se produzcan ataques simultáneos ni organizados.

Hasta tres veces en tres días consecutivos, asaltan los galos las defensas de César, que una vez más acude gladius en mano allí donde se le necesita. Vercingetorix saca sus tropas restantes de Alesia para intentar obligar a los romanos a luchar en dos frente, pero son rechazados fácilmente y obligados a encerrarse de nuevo en Alesia. El triunfo de César es definitivo, las murallas de su perímetro infranqueables y los romanos se demuestran un ejército imbatible. Los galos del ejército de refuerzo se retiran, dejando tras de si un campo de batalla sembrado de muertos. César es el único dueño de toda la Galia y nadie, ni el ejército más numeroso y poderoso que jamás se había formado en la Galia, le puede vencer.

Vercingetorix, en un último acto de valentía decide ofrecer su vida a cambio de que no destruyan Alesia ni asesinen a todos sus habitantes. Al día siguiente sale de la ciudad con su mejor armadura, sólo y montado a caballo.

Va hasta el campamento donde le espera César sentado en su silla curul (la que indica su rango proconsular) arroja sus armas a sus pies y se arrodilla ante él, rindiéndose.

César se muestra inmisericorde con su enemigo. Le carga de cadenas, le encierra en una jaula y le arrastrará a la cola de sus ejércitos hasta llegar a la Galia Cisalpina, donde le encerrará en una mazmorra a la espera de realizar su entrada triunfal en Roma y poderlo así exhibir como un trofeo de guerra. Alesia no es arrasada.
César sabe que la guerra está prácticamente acabada y que la ha ganado. Manda mensajes a Roma para informar de la victoria y el Senado concede veinte días de acción de gracias a los dioses en su honor.

¡ Roma vincit !

César en el norte de la Galia y en Britania

Ese mismo año 56 a.C. César ha de regresar a la Galia Cisalpina para solucionar los asuntos políticos de Roma. Las relaciones entre los dos miembros del triunvirato, Pompeyo Magno y Craso, que permanecen en Roma son cada vez más tensas. César ha de mediar y de mover sus hilos. Les convoca a una reunión en Luca, más allá de la frontera de la provincia que marca el río Rubicón, pues él no puede cruzarla ya que, un gobernador de provincia no podía entrar en territorio romano sin abandonar el mando de sus legiones y evidentemente César no iba a hacer eso. En dicha reunión, se reafirma el triunvirato. César mueve sus hilos en Roma para conseguir que ambos sean elegidos cónsules. Craso y Pompeyo en agradecimiento, confirman a César cinco años más como procónsul (gobernador) de la Galia, además de que ellos mismos se adjudican otras provincias: Craso será procónsul de Siria durante cinco años y así poder hacer la guerra contra los partos y Pompeyo se adjudica por el mismo periodo de tiempo el proconsulado de Hispania y África.

En el 55 a.C. César se tendrá que enfrentar a nuevas tribus en el norte de la Galia: los tencteros y los usípetos, pueblos germanos que han cruzado el Rhin para establecerse en territorio galo. Eran aproximadamente medio millón de personas que son recibidos por los nativos como aliados frente al dominio romano. Pero César reacciona con prontitud, les coge desprevenidos y masacra a casi 430.000 personas, mujeres y niños incluidos. A pesar de esta masacre, en la orilla germana del Rhin se concentraban muchos más hombres dispuestos a pasar a la Galia. César hace un alarde de ingeniería y decide construir, donde se alza la Roca Loreley (cerca de la actual Bonn), un puente sobre el río Rhin, uno de los más anchos y caudalosos de Europa.

En tan solo diez días, tiende dicho puente y traspasa con sus legiones el río. Es la primera vez que las legiones romanas pisan territorio germano. Las tribus allí concentradas, huyen despavoridas y se ocultan en los bosques, desistiendo de nuevas tentativas. Tras la demostración de fuerza de César y algunas escaramuzas, dieciocho días después, las legiones romanas se retiran de nuevo a la Galia, destruyendo el puente a sus espaldas.

Esta hazaña, junto con la masacre de los germanos protagonizada por César, al llegar a oídos del Senado, hace que Catón le acuse de hacer una guerra innecesaria y genocida, pidiendo que se le apresara y se le entregara a los germanos, pues de no ser así, la cólera de los dioses caería sobre el pueblo romano.

Pero el Senado, que tiene como cónsules a dos triunviros (Craso y Pompeyo) rechaza la moción y decreta más días de acción de gracias a los dioses por la gran hazaña de César, el primer general romano que ha entrado en Germania.

Ese mismo año, el 55 a.C., César y sus tropas realizaran otra gran gesta. Más o menos pacificada la zona norte de la Galia, a César le llegan noticias de un gran territorio, donde los guerreros se pintan la cara de azul, llamado por los belgas la isla de Mona, situado más allá del mar, atravesando el Canal de la Manica. Un lugar donde los druidas tienen su templo sagrado e iniciático (el Stonehenge) y donde habitan hombres con los mismos orígenes y cultura que los galos.

Ese misterioso lugar se llama Britania y era una gran isla, la que hot conocemos con el nombre de Gran Bretaña. Pero poco o nada conocía César y los romanos de ese territorio y de sus gentes. Sin pensárselo dos veces, en agosto del 55 a.C., César prepara una flota de 80 naves para transportar a dos legiones desde Itio, la actual Calais. Las tribus britanas, avisadas por sus hermanos galos, se preparan para rechazar a los romanos con una lluvia de flechas, dardos y piedras.

A pesar de ello, los romanos desembarcan y construyen un campamento. Pero el continuo incordio de las tribus locales y los pocos efectivos que habían desplazado los romanos, hacen que César decida retirarse, en septiembre, de nuevo al continente hasta una nueva y mejor ocasión.

Y así ocurrió. En junio del año 54 a.C., César volvió con cinco legiones y 400 caballeros. Los britanos no opusieron resistencia al desembarco esta vez y se retiraron hacia el norte para organizar sus tropas. César llegó hasta el río Támesis, estableció allí un campamento que luego se convertiría en una pequeña ciudad llamada Londinium (la actual Londres).

Pero una fuerte tormenta destruyó las tropas de refuerzo que venían desde el continente y César se limitó a firmar acuerdos de paz con los britanos, intercambió rehenes y se aseguró así que, si en un futuro volvían a haber rebeliones de los galos, no recibieran ayuda de los britanos. Vuelve César al continente y ante la escasez de víveres, no tiene más remedio que diseminar sus legiones en ocho campamentos para pasar el invierno.

César suponía que los galos no se conformarían con el statu quo vigente y se rebelarían contra el dominio de Roma. Y no se equivocaba. A finales del año 54 a.C. estalló una nueva insurrección en la Galia belga. Pero la peor noticia le viene a César desde Roma. Su amada hija Julia, ha muerto desangrada como consecuencia de un mal parto. El niño también ha fallecido. Durante días llora la perdida de su amada hija. Además teme perder el apoyo de su yerno Pompeyo Magno, uno de los tres triunviros. A pesar de ello, Pompeyo le concede dos legiones más para la guerra de las Galias. Ese invierno César no puede retornar a la Galia Cisalpina para atender los asuntos de Roma, dejándolos en manos de Pompeyo.

Pero no hay tiempo para las lamentaciones. En el año 53 a.C. César ha de hacer frente a la nueva revuelta liderada por Ambiorix, el jefe de la tribu de los eburonios.

Éste, aprovechando la diseminación del ejército de César, empieza a atacar los campamentos uno a uno. Consiguió destruir una de sus legiones, la del legado Sabino. Pero César reaccionó con frialdad y velocidad. Atacó y exterminó a toda la tribu eburonia. Sólo su jefe Ambiorix consiguió escapar más allá del Rhin. César construyó un nuevo puente sobre el río y lo atravesó. Asoló la ribera del río y volvió a la Galia, pero esta vez, solo destruyó la mitad del puente de la parte germana. Era un aviso a todos los germanos de que en cualquier momento César podría volver a marchar contra ellos. La Galia belga está destruida y pacificada.

Está finalizando el año 53 a.C. y la situación en Roma es muy complicada. El Triunvirato se ha deshecho. Pompeyo Magno, celoso de la gloria militar que esta alcanzando César se inclina hacia el bando optimate atraído por Catón. El vínculo que unía a César y a Pompeyo, Julia, ha desaparecido y César es incapaz de retener en su bando a Pompeyo. Además, el otro miembro del triunvirato, Craso, acaba de fracasar en su campaña contra los partos y a muerto en combate en la batalla de Carras. El tribuno de la plebe que César tenía de su bando, Publio Clodio Pulcher, está enfrascado en una batalla campal en las calles de Roma contra otra banda rival liderada por Milón, que ha financiado y apoyado el bando optimate. La anarquía domina las calles de Roma y César ve como pierde el control de los acontecimientos en la urbe. César acuartela sus diez legiones, escribe al Senado diciendo que la Galia está casi pacificada (aunque es más un panfleto propagandístico que la realidad) y regresa a la Cisalpina para invernar.